Era el 11 de septiembre. Desviados de su misión ordinaria por pilotos decididos a todo, los aviones se lanzan hacia el corazón de un sistema político detestado. Muy rápido: las explosiones, las fachadas que se hacen pedazos, los derrumbamientos con un estrépito infernal, los supervivientes que huyen despa-voridos, cubiertos de escombros. Y los media que difunden la tragedia en directo...
¿Nueva York, 2001? No, Santiago de Chile, 11 de septiembre de 1973.
Con la complicidad de Estados Unidos, golpe de Estado del general Pinochet contra el socialista Salvador Allende, y bombardeo intensivo del palacio
presidencial por las fuerzas aéreas. Decenas de muertos y el inicio de un régimen de terror que se prolongará durante quince años...
Más allá de la legitima compasión con respecto a las victimas inocentes del odioso atentado en Nueva York, ¿cómo no reconocer que el propio Estados
Unidos no es -no más que ningún otro- un país inocente?¿No ha participado en acciones políticas violentas, ilegales y con frecuencia clandestina en
America Latina, en Africa, en Oriente Proximo, en Asia,... cuya consecuencia es un trágico correlato de muertos, de desparecidos, de torturados, de
presos , de exiliados... ?
La actitud de los dirgentes y de los media occidentales, su escalada proestadounidense, no deberia ocultar la cruel realidad. A través del mundo,
y en particular en los países del Sur, el sentimiento que con mayor frecuencia han expresado las opiniones públicas con motivo de estos atentados condenables ha sido: "¡Lo que les ha pasado es muy triste, pero les está bien empleado!".
[...]
Ignacio Ramonet
1º paragraf editorial a
Le Monde Diplomatique,
Octubre 2001
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